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Duele Ser Mujer

Un acto de resistencia y equilibrio para avanzar

Ser mujer hoy es un constante equilibrio entre lo conquistado y lo que falta por lograr. Es mirar hacia adelante con la satisfacción de los avances, pero también con la incertidumbre de todo lo que aún pesa sobre nosotras. Es una lucha diaria entre la exigencia y la libertad, entre lo que se espera de nosotr@s y lo que realmente queremos ser.

Desde pequeñas nos han inculcado la idea de que “para estar guapas hay que sufrir”. Lo decían nuestras abuelas mientras nos peinaban con tirones de cepillo, y lo seguimos sintiendo hoy en día de muchas maneras. Nos dicen que debemos ser fuertes, pero sin perder nuestra dulzura; que debemos ser exitosas, pero sin descuidar el hogar; que debemos ser independientes, pero sin dejar de ser deseables. Nos presionan con la belleza, con la maternidad, con el trabajo, con la edad.

Y duele.

Duele darnos cuenta de que nos han enseñado a normalizar el sufrimiento, a soportarlo en silencio. Duele la culpa que nos persigue: la de no ser la madre perfecta, la esposa ideal, la profesional impecable. Duele la violencia sutil, las bromas disfrazadas de cariño, los juicios constantes sobre nuestro cuerpo. Duele saber que, incluso en una sociedad que dice haber avanzado, seguimos sintiendo miedo al volver solas a casa por la noche.

Pero también, ser mujer es un acto de resistencia.

Porque, a pesar del dolor, encontramos maneras de sostenernos unas a otras. Construimos redes de apoyo, creamos espacios seguros donde compartir nuestras dudas, nuestras emociones, nuestras luchas. Aprendemos a reírnos de lo que nos pesa, a mirar con ojo crítico lo que antes dábamos por hecho. Nos damos cuenta de que lo que nos duele no es personal, sino social, y que el cambio no solo es posible, sino necesario.

Ser mujer es aprender a desafiar lo que nos impusieron. Es reconocer que no tenemos por qué cargar con todo. Es permitirnos sentir, enfadarnos, reírnos, soltar. Es entender que el feminismo no es una lucha contra los hombres, sino contra un sistema que también les hace daño a ellos. Porque también se les ha enseñado a reprimir su tristeza, a ocultar su vulnerabilidad, a medir su valía en función de lo que proveen.

Nos queda camino por recorrer, pero el hecho de reconocer todo esto ya es un paso enorme. Dejemos de normalizar el dolor y empecemos a vivir con más libertad y autocompasión. Nos lo merecemos.

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